domingo, 1 de febrero de 2009

Hay un punto en tu vida, en el que te das cuenta: quién importa, quién nunca importó, quién no importa más, y quién siempre importará.

1 comentario:

Evaristo Ramos dijo...

Últimamente me da por pensar más en a quién importamos realmente. En un momento de nuestras vidas decidimos que determinados individuos nos importan, esto es, que queremos su bien, su felicidad, su sonrisa. Parece que nuestra calidad humana se supeditase a la cantidad de personas que realmente nos importan: si te importan los tuyos eres bueno, pero si además te importan los otros (y eres capaz de demostrarlo) te proyectas como un ser admirable, ejemplar. Por el contrario si dices que son pocos los que te importan, tu humanidad quedará en evidente entredicho.

Desde niño siempre me han importado los demás; he tratado de hacer el bien a cuantos me rodeaban, con mejor o peor suerte, pero he reconocido siempre ese impulso de mi voluntad. Ahora, que me hallo en una etapa de insano ensimismamiento, no reconozco esa pulsión de entregarme a los demás. Sea por la razón que sea (no me interesa el psicoanálisis), me siento egoísta, independiente, ajeno a mis congéneres. No estoy por la labor de dar mucho, de entregarme al otro. Si bien es sabido el principio de reciprocidad que rige las relaciones interpersonales, podría confesar que tampoco, en consecuencia, estoy recibiendo mucho de quienes orbitan a mi alrededor.

Hay excepciones empero, y éstas son la luz de mis días. De un tiempo a esta parte sólo me importan las anómalas excepciones que han decidido seguirme en mi bajada a los infiernos, esos pocos estúpidos que, como yo un día hiciera con ellos, decidieron soportarme sin esperar nada a cambio.